miércoles, 13 de junio de 2012

El vital problema de perderte

       
El día que te pierda del todo, -amor-, el día que hasta tu última uña esté fuera de mi alcance y el último pelo de tu cabeza, deje de responder a la electricidad estática de mi cuerpo, ese día, va a ocurrir una tragedia.

Sé, que después de darte por perdido, te recordaré como se recuerda  ese lugar que sale retratado en una de esas fotografías antiguas, blanca y negra. Con esa melancolía que se siente al observar, en absoluta quietud, un sitio que te es totalmente familiar pero que pertenece al pasado, un sitio que trae consigo un momento en el que no viviste, o en el que no recuerdas haber vivido, pero que aun así suda nostalgia.
Y solo me va a hacer falta eso - la milésima parte de un segundo hecho eterno- , para que me lance –desesperada- a la barra de cualquier bar de mala muerte,  de cualquier cuchitril sucio y desordenado y que entre sonrisas frías, desdentadas y carcajadas metálicas, tome asiento y pida una cerveza, o una copa de gintonic o de cualquier otro mataratas de marca desconocida.
Así será como empezaré a beberme tu ausencia.  En un lugar de dudosa clase, rodeada de presente. Y tras el segundo trago, recordaré nítidamente unas gafas, que escondían el resto –Que era el todo-,  y brotará, de uno de mis ojos,  una primera lágrima que haré caer dentro del vaso.  Y tomaré otro trago. Esta vez mezclado con lágrima, porque me niego a dejarte ir tan rápido y menos por el sentido de la vista.  Y será un trago más salado, que me llevará al mar y a una mirada que rima con el mismo.  Y me dará tanta pena, que ya no será una lágrima, sino unas cuantas, y en mi ansia por no dejarte ir, pediré otra copa y las escurriré en esta, y volveré a beber, a beberte diluido en alcohol, mientras el camarero me mira raro. Y entonces, vendrá una ráfaga de viento, que no será viento, sino tu olor. Y lo envolverás todo. Y mi llanto ya se hará evidente porque no podré contener los gemidos ni las muecas… Y chuparé mis dedos, con los que me limpio las lágrimas y pediré rápidamente un recipiente más grande, en el que poder dejar caer toda el agua que se me escapa por los ojos… Porque es mía, porque estás en ella y la quiero de vuelta.
En ese momento, el mediocre arte de beber, ya se habrá convertido en espectáculo. Y los presentes, me instaran a parar o intentarán desapegarme de ese sentimiento de fotografía vieja que he grapado a tu recuerdo, pero no lo lograrán. Y pediré otra copa, esta vez servida en el balde donde fuiste a parar en forma de lluvia. Y beberé. Y entraré en un vertiginoso viaje, lleno de sonrisas y de pelo corto rubio, de gatos chatos que no tienen nombre, de boca con boca, de gritos desnudos, de abrazos ebrios que le plantan cara al frío, de cigarros consumidos.
Y me hincharé… Me hincharé y justo en el momento antes de explotar y manchar a todos esos seres vacíos, fríos, que me acompañan, brotará una jodida cascada de mis ojos.  Y trataré de poner las manos para recogerte y seguir bebiendo, me empaparás entera y en un último esfuerzo me desnudaré y escurriré la ropa en mi boca, para que no te me vayas, pero no dará resultado... Será una fuente que se retroalimente, y si bebo de ella, el chorro de agua que emanará de mi lagrimal será todavía mas violento, tocará el techo convertido en géiser...Y perderé la fuerza y el conocimiento y mi cuerpo, encogido e inerte, se quedará flotando en ese charco enorme que él mismo habrá creado.

Y la gente, dirá, “Pobrecita, la hermana de Perico, murió seca –Seca por una vez, aunque fuese la última, al fin y al cabo-” Y en mi tumba, rezará… “En memoria de  “ La Pasa” que llegó a límites de deshidratación jamás antes conocidos”.

lunes, 14 de mayo de 2012

La incapacidad de los capaces

Desde hace algún tiempo, la empresa en la que trabajo, ha empezado una activa lucha por laintegración laboral. No es que conozca esta información porque me haya reunido con señores importantes en salas herméticas y grises – Al igual que los señores- y hayamos tratado el tema en profundidad; lo sé, porque además de activa- la lucha- es mediática, y han colgado carteles gigantes por todos los edificios con fotos de trabajadores o futuros trabajadores de la corporación que padecen algún tipo de minusvalía o disminución psíquica/física. Estas fotografías, además, van acompañadas de frases motivadoras, alentadoras y mensajes que te llevan a pensar que la persona retratada en cuestión vive sumida en un constante estado de paz y felicidad ajena al estrés, la presión, los tiempos, la precariedad, la crisis, y en definitiva a los problemas de cualquier índole, bien sean familiares, laborales, sexuales, existenciales y en última instancia, terrenales.

Yo, que siempre he sido bastante reacia a todo aquello que se publicita en demasía, que precisa de una importante parafernalia y luces de neón para captar la atención que no capta por si mismo por su falta de magnificencia, me mostraba bastante escéptica y creía que igual –Y solo igual, posiblemente, casi seguro- todo este rollo integrador lo estaban usando como un arma para dar una imagen mas social, humana y comprometida de la empresa y por ende de los dirigentes. Algo así como decir – Sin llegar ellos mismos a creérselo- “No somos robots, somos personas, no sois solo números, sois paneles con caras a tamaño real y sois también palabras. No solo pensamos en los beneficios económicos, también pensamos en vosotros –En todos, sin excepción-, piezas fundamentales de esta formación”

Bien, hoy he descubierto que no era una estrategia, que era honesto. Les he juzgado negativa y precipitadamente, mis pensamientos eran mezquinos, estaba equivoca. Y después de esta sincera confesión, paso a exponer lo que ha hecho que me diese cuenta del grave error que cometí al desconfiar.

Estaba yo, ejerciendo mi derecho a trabajar en una sala – Que tiene dos puertas de entrada/salida, dato importante- que está pegada justamente a un despacho enorme de decoración exquisita- Sobria a la par que acogedora. Colores serios, sofás de piel, cuadros, artilugios tecnológicos, mesas de cristal, en fin… Lo normal- cuando el señor al que le han asignado dicho despacho, alguien importante sin duda –En mi vida no, que no le conozco, solo importante en general- ha salido del mismo y se ha dirigido a la sala en la que yo me encontraba por una de las dos puertas. Ha entrado, y después de un fugaz cruce de miradas hemos mantenido esta conversación…

Yo: Hola, buenos días.
Él: ……… (Introducir el sonido del silencio absoluto en el lugar de los puntos suspensivos)…

Y ha cruzado la habitación saliendo por la otra puerta.

No habían pasado ni dos minutos, yo aún estaba aturdida por tan profundo encuentro, que se ha vuelto a repetir la misma situación. Esta vez, como es de esperar, el señor importante, venía por la puerta que había salido anteriormente y hemos mantenido esta conversación….

Yo: …… (Introducir mirada –Sin sonrisa- en el lugar de los puntos suspensivos)
Él: ……… (Introducir el sonido del silencio absoluto en el lugar de los puntos suspensivos)

…Y ha cruzado la habitación saliendo por la otra puerta.

Haciendo una reflexión rápida, precipitándome de nuevo, he pensado que era un desconsiderado, un arrogante, un necio. Pero luego, atando cabos, me he dado cuenta de que no. Era, sin lugar a dudas, ¡¡Uno de los integrados!! ¡Un hombre que no sabía ni decir “Hola” había llegado a un ocupar un puesto de altísima responsabilidad! ¡Alguien totalmente incapacitado para saludar, para pronunciar palabras elementales o responder a un interlocutor cualquiera, ostentaba un gran cargo!

Joder, eso si que es integración, me he quedado perpleja. Es una manera preciosa de decirnos a todos… “Podéis”. Un acto admirable que hayan puesto al frente de ese lujoso despacho a alguien con carencias tan básicas, pero a la par capaz de integrarse en ese ambiente. De sentarse en esos sofás, de usar esos ordenadores, de presidir ese magnífico escritorio. Es un rayo de luz en estos tiempos en los que reina el sinsentido, en estos tiempos en los que empezábamos a desesperar.

Por mi, ya pueden descolgar los carteles. Todos. Aunque aún no haya visto en el que aparece él anunciado, me han demostrado que van totalmente en serio.

Mis respetos.

martes, 17 de abril de 2012

Burogracia

Soy una loca. No obstante una loca no diagnosticada, pero demente al fin y al cabo. No creo que cambiase demasiado la mala distribución de las cosas dentro de mi mente, el tener en mi haber un papel que certificase mi estado, salvo el hecho de poder mostrarlo cada vez que me presento ante alguien, para que se ahorre el poco tiempo que le llevará descubrirlo. Podría incluso fabricar tarjetitas de presentación si algún riguroso médico me hubiese encasillado en el punto que ya me encuentro. Podrían decir algo asi: “Srta. Laurels, sin profesión conocida -o por lo menos no de prestigioso reconocimiento social-, múltiples estudios caseros, observaciones empíricas por cuenta propia, dominio del método deductivo/inductivo basado en la paranoia. Loca de atar, loca de remate, jodida loca”

Pensándolo bien, no serían tarjetitas, prefiero pergaminos. Pergaminos que recitaría – A pleno pulmón, la locura también precisa de una apurada puesta en escena- ante mi nuevo amigo, vecino, compañero de biblioteca, posible amante, futuro – Casi imposible futuro, si mi locura no conlleva un 33% de disminución que le ayude a desgravar- jefe, en nuestra primera y posiblemente única entrevista como aspirante a ocupar el puesto de trabajo ofertado.

El informe del entendido en medicina acerca de mi no-salud mental, seguiría sin cambiar nada de puertas cerebrales para dentro, pero también ayudaría a sustituir – Llámalo disfrazar- la condescendencia por pena. Un… “Eres una puta loca de mierda” se convertiría en un… “No te preocupes dulce –Dulce aunque esté mordiendo con vehemencia mis labios, hundiendo los dientes en la rosada carne, a la par que araño mis mejillas, y sangran y pican, vamos si pican… Digo, ¡Si sangran!- loquita, tienes un problema que ya vamos a solucionar”.

El papel, ya ves, ¿En qué me afectaría?, menos aún la indescifrable firma, que puede difuminarse hasta desaparecer en un balde de agua. En fin, ya sabes, mis mejillas seguirían marcadas, mis labios moradamente destrozados, la locura ya la tengo bien cogida por el cuello. Aunque ciertamente, la autoridad que dicho papel le otorgaría a mis no-capacidades, ejercería una poderosa presión social. No se puede odiar a una tarada diagnosticada ¡Adiós a dios, te libre! Eso está francamente mal. Para ellos, los sensatos, de loca a imbécil hay un paso –tan, tan, minúsculo- que se recorre sin mover los pies. Y la imbecilidad les enternece, por creerla ajena.

Mis actos, deberían ser la única carta de presentación, la más poderosa. Mi mirada perdida, mis frases sin sentido, mis gritos despavoridos sin venir a cuento, mi incontenible deseo de desnudarme en actos públicos –Deseo saciado la mayoría de las veces-, mis conversaciones con amigos –Imaginarios, por supuesto-, mis transformaciones repentinas en animales y seres mitológicos… Pero nada de esto es bastante. Necesito una acreditación –Pase vip de la enajenación- que de credibilidad a mi ausencia de cordura. Preciso, de un costoso estudio de mano de ilustres personajes entendidos en la materia. Y después de invertir mucho tiempo y dinero, al fin, conseguir mi título oficial de desquiciada. Obviamente, con múltiples posibilidades de promocionar en el maravilloso mundo de las enfermedades psíquicas –Todo es cuestión de tiempo-. Envasada, etiquetada, titulada, y por encima de todo, lista para ser consumida. Pero eso si, al fin podré tener mis preciosas tarjetitas - ¿Pergaminos?- con membretes dorados y letras azules pastel que digan quien soy. No soy una loca cualquier –Aunque la misma loca-, soy una loca alguien –Eso es lo importante-.