El día que te pierda del todo, -amor-, el día que hasta tu
última uña esté fuera de mi alcance y el último pelo de tu cabeza, deje de
responder a la electricidad estática de mi cuerpo, ese día, va a ocurrir una
tragedia.
Sé, que después de darte por perdido, te recordaré como se recuerda ese lugar que sale retratado en una de esas fotografías antiguas, blanca y negra. Con esa melancolía que se siente al observar, en absoluta quietud, un sitio que te es totalmente familiar pero que pertenece al pasado, un sitio que trae consigo un momento en el que no viviste, o en el que no recuerdas haber vivido, pero que aun así suda nostalgia.
Y solo me va a hacer falta eso - la milésima parte de un segundo
hecho eterno- , para que me lance –desesperada- a la barra de cualquier bar de
mala muerte, de cualquier cuchitril
sucio y desordenado y que entre sonrisas frías, desdentadas y carcajadas
metálicas, tome asiento y pida una cerveza, o una copa de gintonic o de
cualquier otro mataratas de marca desconocida.
Así será como empezaré a beberme tu ausencia. En un lugar de dudosa clase, rodeada de
presente. Y tras el segundo trago, recordaré nítidamente unas gafas, que
escondían el resto –Que era el todo-, y
brotará, de uno de mis ojos, una primera
lágrima que haré caer dentro del vaso. Y
tomaré otro trago. Esta vez mezclado con lágrima, porque me niego a dejarte ir
tan rápido y menos por el sentido de la vista.
Y será un trago más salado, que me llevará al mar y a una mirada que
rima con el mismo. Y me dará tanta pena,
que ya no será una lágrima, sino unas cuantas, y en mi ansia por no dejarte ir,
pediré otra copa y las escurriré en esta, y volveré a beber, a beberte diluido en alcohol, mientras el
camarero me mira raro. Y entonces, vendrá una ráfaga de viento, que no será
viento, sino tu olor. Y lo envolverás todo. Y mi llanto ya se hará evidente
porque no podré contener los gemidos ni las muecas… Y chuparé mis dedos, con
los que me limpio las lágrimas y pediré rápidamente un recipiente más grande,
en el que poder dejar caer toda el agua que se me escapa por los ojos… Porque
es mía, porque estás en ella y la quiero de vuelta.
En ese momento, el mediocre arte de beber, ya se habrá
convertido en espectáculo. Y los presentes, me instaran a parar o intentarán
desapegarme de ese sentimiento de fotografía vieja que he grapado a tu
recuerdo, pero no lo lograrán. Y pediré otra copa, esta vez servida en el balde donde
fuiste a parar en forma de lluvia. Y beberé. Y entraré en un vertiginoso viaje,
lleno de sonrisas y de pelo corto rubio, de gatos chatos que no tienen nombre, de
boca con boca, de gritos desnudos, de abrazos ebrios que le plantan cara al
frío, de cigarros consumidos.
Y la gente, dirá, “Pobrecita, la hermana de Perico, murió seca –Seca por una vez, aunque fuese la última, al fin y al cabo-” Y en mi tumba, rezará… “En memoria de “ La Pasa” que llegó a límites de deshidratación jamás antes conocidos”.